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Confianza

Aristóteles aborda la cuestión de la ambición y de la avaricia en su obra “Política”. En ella plantea que para la armonía de la polis, es preciso que los mejores (los ricos) no pretendan mucho más de lo que tienen, y los de abajo (los pobres) no puedan tener más de lo que tienen. Para el primer grupo, la prescripción es, digamos, de tipo discrecional, mientras que para el segundo grupo se establece una barrera clara y determinante. Al parecer en esas estamos aún.

Para Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre, “homo homini lupus”, mientras que Freud ve disparatado el principio cristiano “amarás a tu prójimo como a ti mismo” en una de las obras más sombrías y pesimistas de todos los tiempos como es “El malestar en la cultura”. En ambos casos parece buscarse una explicación de la lucha social desde la escala del individuo.

Vemos pues que la cuestión de la distribución social de los bienes es muy antigua, y se trata de forma profusa desde la revolución industrial y las revoluciones marxistas posteriores. En esta época de crisis, distintos gremios se rebelan de forma más o menos agresiva al ver dañados sus intereses colectivos: mineros, funcionarios, taxistas, ferroviarios y esa masa amorfa de parados e indignados.

Pero aún cuando esos distintos gremios y agrupaciones de intereses se sientan engañados, defraudados, estafados o traicionados, su ámbito de influencia está dentro de la nación, puede afectar en mayor o menos medida a las decisiones del estado en sus relaciones con otros estados, pero el auténtico campo de batalla donde se dibujan y definen las grandes estrategias que afectarán decisivamente a los planes y programas de los países está en el ámbito internacional, y en lo que a nosotros los españoles nos afecta, en el ámbito europeo, donde tiene lugar una sorda guerra económica en la que nada es lo que parece.

En esta guerra económica, el término más empleado es “confianza”. Su sentido financiero es confuso, porque carece de connotaciones morales o emocionales como podría evocar a algún ingenuo, su sentido por tanto es más bien cuantificable, mensurable en fríos términos económicos por medio de índices de prima de riesgo, de valores de bolsa, de balanza de pagos, de producto interior bruto, de deuda pública, etcétera. Pero aún así el análisis de todo este baile de números queda incompleto si no reparamos en sus consecuencias geopolíticas, entre las cuales, la principal para nosotros y nuestro entorno es el resquebrajamiento de la entelequia “Unión Europea”. Esos inquietantes valores económicos con los que nos bombardean desde los telediarios y los medios de comunicación en general, están midiendo en términos políticos la situación de vulnerabilidad, la debilidad de los estados que van a quedar “deconstruidos”, sometidos al poder de otros pocos estados. El ejemplo más claro del objetivo en esta guerra sorda es Grecia que ya ha quedado vampirizada con más o menos éxito, España está en estos momentos en el laboratorio de ensayo.

Para terminar, sólo unas pocas cifras que nos dan idea de la magnitud del asunto. España en conjunto tiene una deuda global cuatro veces mayor que su producto interior bruto anual, es decir, la deuda total es de cuatro billones de euros, de los cuales, al sector público le corresponden unos novecientos mil millones, a los españolitos con hipoteca y créditos diversos, un billón cien mil millones de euros, a las pequeñas y medianas empresas setecientos mil millones más o menos, y a las deslumbrantes empresas del IBEX entre las que se encuentran nuestro queridos grandes bancos, la parte más gorda y rabiosa de la deuda: un billón trescientos mil millones de euros. Que el Señor nos coja confesados.

 

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