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Friedrich Nietzsche

Friedrich Nietzsche

Friedrich Nietzsche (1844-1900) nació en Alemania, en el seno de una familia muy religiosa, recibió una esmerada educación, estudió teología y filología clásica. En la evolución de su pensamiento se suelen distinguir tres etapas: la de juventud, la dedicada a la genealogía de la moral y la centrada en la idea del “eterno retorno”.

En su obra “El nacimiento de la tragedia” realiza una crítica a la cultura contemporánea empleando las nociones de “apolíneo” y “dionisíaco”. La visión clásica se centra en lo apolíneo (mesura, proporción, belleza), que es la que hemos heredado del mundo griego porque da sensación de seguridad a la existencia y la aparta del caos. Pero hay una presencia continua de lo dionisíaco que se opone y a la vez complementa a lo apolíneo. Aunque Eurípides contribuye decisivamente a la supresión de lo dionisíaco en la tragedia griega, los cultos orgiásticos, los mitos trágicos, la desmesura y el desgarro están profundamente enraizados en la cultura popular griega. Entre el coro de sátiros se producirá el fenómeno dramático primordial: el hombre se ve transformado en sí mismo con lo que surge el principio de individuación y el mundo queda desgarrado, se pierde la fusión con otros y la continuidad, se adapta el mito trágico convirtiéndose en una sucesión racional de vicisitudes, es resultado de lo que Nietzsche llama "socratismo".

Con la victoria de este poder apolíneo se trata de redimir al hombre de la existencia, pero su predominio produce una cultura debilitada y decadente, su insuficiencia queda patente con las obras de Kant y de Schopenhauer. Nietzsche espera fervientemente el retorno de la tragedia clásica en la obra musical de Richard Wagner.

Para Nietzsche, el lenguaje establecido está estrechamente unido a formas de relaciones de dominio, cada lenguaje es un sistema de metáforas que se convierte en el modo de mentir y mentirse de los hombres, mientras que otros sistemas metafóricos como la poesía, quedan reducidos al nivel de mentira reconocido como tal. Para sostener la humanidad racional es preciso edificarla sobre la mentira vinculante que hace que el hombre olvide su naturaleza creativa. El relato histórico también tiene efectos perniciosos porque hace decaer las fuerzas productivas. El epigonalismo de la conciencia histórica, presente en el cristianismo y en el hegelianismo ofrece una sucesión de nacimientos y muertes de instantes históricos que provoca una “falta de estilo” paralizante. La vida tiene necesidad de olvido, de un cierto grado de inconsciencia.

En su periodo de madurez, Nietzsche establece conexiones entre el arte, la ciencia y la civilización. La ciencia es evolución madura del arte, funciona como ideal metódico, es errónea pero sobria y atenta a los procedimientos. Es la vía adecuada para el filósofo que debe construir una “química de ideas y de sentimientos” pero tras hacer una imprescindible deconstrucción de la moral en la que Nietzsche incluye la metafísica, la religión y el arte. La contumacia de la moral es debida a la autoescisión del hombre y a su olvido, su reparación implica la supresión de la moral y la muerte de Dios que dará paso a una “filosofía del amanecer” que no tiene un contenido positivo sino que se trata más bien de un nuevo temple espiritual liberador.

En la última etapa de pensamiento de Nietzsche hay nuevos temas y una nueva forma y tono en los que se inscriben. El “eterno retorno” impone la fidelidad a la tierra y a valores vitalistas intemporales basados en el hacer, porque nada hay tras el hacer, no existe el ser (ontología nihilista), sólo hay perspectiva y voluntad de poder (para la que sólo hay un mundo), la moral y la verdad son formas corruptas y deshonestas que la voluntad de poder adquiere; el “superhombre” es saludable y no requiere soluciones finales, esenciales o metafísicas

Tal vez sea el arte el único campo que ayuda a comprender el problemático concepto de “superhombre” de Nietzsche. El arte protege del concepto pernicioso de verdad porque oculta sus formas y se contrapone a la pasividad y a la venganza que conlleva la búsqueda de la verdad, es antídoto contra el ideal ascético que domina la moral y la metafísica. El arte inspira confianza, santifica la mentira necesaria, que es explícita y no cae por ello en la enfermedad y en la venganza.

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