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Cartagineses. De “Historia General de Andalucía” (Joaquín Guichot. 1869)

Los cartagineses tornan la situación tranquila de la península ibérica en una existencia agitada y turbulenta, convirtiéndola en plataforma para disputar a Roma el imperio del mundo conocido en aquella época. Cartago estaba ubicada al norte de Libia, en frente y a unas cien millas de Sicilia. Precedió en su constitución unos cien años a la República Romana y se hizo mucho más poderosa, adelantándola en las artes del comercio, la industria y sobre todo de la navegación. Los cartagineses tuvieron durante largos años el imperio del mar, su situación les favorecía extraordinariamente.

Tras la defensa y salvamento de Cádiz contra los turdetanos, se hicieron dueños de varios puntos importantes en las riberas de la Bética, convirtiendo finalmente la región en un gran feudo de Cartago y lanzando a los fenicios. Entre los siglos VI y V se apoderan de Cerdeña, Córcega, Mallorca y Menorca. Consiguen expulsar a las colonias griegas de la península y se mantienen como la potencia hegemónica en el mediterráneo con el apoyo del pueblo de Roma. Aprovechan la segunda guerra médica, o sea, la famosa expedición de Jerges contra Grecia, para destruir el poderío de los griegos en Asia y Europa, haciendo alianza con el gran rey de Persia. Su época de mayor esplendor fue a mediados del siglo IV.

A mediados del siglo III tiene lugar la primera guerra púnica que duró 24 años y que costó a Cartago un mar de sangre, inmensos tesoros y la pérdida de Sicilia y Cerdeña. Humillada, la República Cartaginesa planea la conquista de toda la península ibérica para resarcirse de las pérdidas de territorio y vengarse de Roma. Envía a Cádiz sus mejores tropas al mando del general Amílcar Barca que someten los territorios de los béticos, bastetanos y contestanos (las actuales Sevilla, Córdoba, Málaga, Almería, Murcia y Valencia). En su avance fundan la ciudad de Barcino (en honor de Amílcar Barca) que es la actual Barcelona. Corrió posteriormente las tierras del interior (tartesios, lusitanos, vetones).

Aníbal, hijo de Amílcar Barca, puso sitio a Sagunto y se apoderó de ella, lo cual indignó a  Roma que declaró la guerra a Cartago. Aníbal organizó un ejército de 80.000 hombres de infantería y 12.000 caballos, cruzó el Ebro y llegó sin encontrar resistencia hasta los Pirineos, de allí hasta los márgenes del Ródano. Entre el Po y el Tesino derrotó al cónsul Escisión, en los márgenes del Trebia batió al cónsul Sempronio, a orillas del lago Trasimeno venció al ejército acaudillado por el cónsul Flaminio y por último cerca de Cannas pasó al filo de la espada el cuarto ejército mandado por el cónsul Varron. Con los anillos arrancados a los cadáveres de senadores, cuestores, tribunos y caballeros de esta última batalla se llenaron tres modios (equivalente a una capacidad de 26 litros) que fueron enviados a Cartago.

Roma en medio de sus desastres no desfallece, reúne tres ejércitos: uno para resistir a Aníbal, otro para sitiar Siracusa y el tercero para combatir en España. En la costa levantina se abrió el teatro de la guerra que después se trasladaría a la Bética; una guerra larga y difusa en la que cabe destacar una importante derrota de Asdrúbal bajo el poder militar de Escipión en la antigua Baécula (Santo Tomé, Jaén). En el año 206 antes de Cristo solo quedaban en España dos generales de la república africana, Asdrúbal y Magon, replegados en el país de los turdetanos, en el bajo Guadalquivir, mientras que Lucio Escipión con un cuerpo considerable de tropas permanecía en el territorio de Aurigis (Jaén).

Las posiciones cartaginesas de la Bética fueron cayendo una tras otra: Córdoba, Ilípula, Sevilla, con todos sus territorios. Dueños de Cádiz, los romanos establecieron alianzas con todas las ciudades de la Bética y abrieron una nueva era para España que formará parte ahora de una civilización más avanzada, que andando el tiempo habrá de llamarse latina.

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